viernes, 28 de octubre de 2011

Capítulo VII - Embarque

El negocio funcionaba.  La aceptación con la que la empresa fue recibida estaba fuera de dudas.
Elegante en Túnez disfrutaba mirando y organizando a los operarios que construían pequeñas mansiones sin descanso. Alguna lagrima se le caía cuando recordaba viejos tiempos en España siendo el uno de los mayores constructores del país.
Como el mayor de los problemas era el transporte decidimos comprar un viejo crucero a punto de ser desguazado- Lo pintamos, adecentamos un poco el casco y el interior, contratamos  a la tripulación, en su mayoría filipinos y pusimos a Res al mando del buque.
“El Soberano” quiso el bautizarlo. Jamás pregunte el porqué del nombre, supuse que sería por una vieja afición al coñac.
Yo mientras captaba clientes en Madrid. Cada día eran más numerosas las peticiones para poder tener una casita en Túnez. Los clientes de lo mas variopinto, Alcaldes y Concejales, folklóricas, directivos de SGAE.  Aficionados a la alta costura y a los trajes a medida. Banqueros con su jubilación recién cobrada.  Triunfadores del ladrillo que decían estar en la ruina. Y una reserva (aun sin confirmar) de un ministro loco por las gasolineras.
Me instale en la parte norte de Madrid, en el Pinar de Chamartín donde tenia la casa y la oficina. Un sitio discreto que compartía con Kati. Una ex-espía rusa, hija de padre belga y madre teutona.  He de decir que el parecido con la madre era tremendo y que la raza mejora con el paso de las generaciones.  Era muchísimo más teutona que su madre. Y que fue la que me saco de aquel terrible incidente acaecido en Cádiz.
Los elementos que me raptaron resultaron ser el padre y el hermano de Gadita.  A punta de navaja me llevaron a Cambalache, un local en la calle José del Toro, donde después de pedirme disculpas por las maneras, intentaron convencerme de que debía de dejar a su hermana e hija. Entre copa y copa me contaron que la chica estaba a punto de casarse con un funcionario de la Junta de Andalucía y que mi presencia podría frustrar los proyectos de boda. Entendí que un braguetazo como aquel no podía ser desperdiciado. Para celebrar mi renuncia a la dama pedimos algunas docenas más de copas. Perdí la noción del tiempo y hasta la consciencia. Cuando desperté un señor me decía que era el revisor del tren y que ya estábamos en Atocha. No grite por que las fuerzas y el dolor de cabeza no me lo permitieron, pero la sorpresa fue tremenda al verme vestido de romano, faldas incluidas, y un palo de escoba, a modo de lanza, fijado a mi mano con cinta de embalar. Imaginen el cuadro… Vestido de romano sin un duro en Atocha (jamás podría haber imaginado tal venganza). Pude conseguir monedas para el teléfono gracias a las propinas de un grupo de japoneses que se empeñaron en fotografiarse conmigo.
Cuando vi a Kati venir en mi ayuda le prometí amor eterno. No hable de boda ya que los curas dicen que es hasta que la muerte nos separe.  ¿Y si no me muero?
La felicidad era casi plena hasta recibir la llamada de Res.
Hice el petate y me fui para Almería. Al día siguiente El Soberano atracaría en su puerto y yo debía de embarcar para intentar descubrir a la persona que nos estaba boicoteando.
Embarqué vestido de árabe para poder espiar a la tripulación sin ser descubierto.
Nada mas embarcar me fui directo al grill de la cubierta 11 para comer algo. El todo incluido del crucero me lleno de alegría.   ¡Horror! Me acababan de descubrir. Sultán (el perro de Res) con gorra de marino y galones de Capitán no dejaba de gruñirme. No tenía muy claro si porque le caía antipático o porque quería el muslo de pollo que yo intentaba comer.
No pude llegar a darle la patada. Nada más ver el ademan de mi pié un negro de dos metros de alto se abalanzo sobre mí al grito de “atentado al segundo de a bordo “No sentí el dolor de los golpes pensando en la seguridad del navío con un perro de segundo. Claro que, teniendo en cuenta las cualidades del Capitán cualquier cosa podría ser posible.
Alertado por los gritos y ladridos el Capitán se persono en cubierta. Me miro y sin dirigirse a mí dio orden de llevarme a la enfermería.
Doctora Luna ponía sobre el pecho izquierdo de su bata. Hablaba perfectamente el español con acento griego.  Mujer guapa y muy profesional por la manera en que cuidaba mis hematomas. Me aconsejo cuidar las heridas y sobre todo, si quería sobrevivir al crucero, no debía de probar el mojito del barco bajo ninguna circunstancia.
Quede con ella en el salón Rendez-Vous de la cubierta 7 después de la cena.
La espera me pareció eterna. Quería, necesitaba volver a ver a aquella mujer. No sé si porque sabía que me ayudaría en mi empresa de descubrir el boicot o por otras causas que prefiero omitir-
 Próximo capítulo “El Crucero”.
  

El Pirata cojo

1 comentario:

  1. Peripecias de sinverguenzas maravillosos.
    Siempre me quedo con las ganas de leer más, pirata.
    Un beso.
    LunaDeAbril

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