lunes, 24 de octubre de 2011

Memorias de Hollywood

La película se iba a llamar ¡El apache malvado! Pero, las presiones de la asociación de actores progres hizo que pasara a denominarse ¡El indígena molesto! y se rodó en pleno desierto de Arizona. Membronorme, a la sazón gigoló de la Diva, hacía de extra. Era, Franco Mebronorme, hombre dado a la teatralidad y el exceso y quizás fue eso, lo que le indujo a subirse, aquella noche de tormenta, a la torre de agua del suministro de trenes con una botella de Whisky en la mano. Se tambaleaba en lo alto entre luces sabiamente engarzadas por fenómenos atmosféricos que ponían el marco ideal para el desarrollo de la escena, mientras, el resto del personal en tierra, asistía atónito al espectáculo, incluida la bella Hodward que, entre sollozos gritaba: “Bravo.. Franco, andiamo..caro mío”. Un enorme rayo puso fin al espectáculo del siciliano….alcanzándolo de lleno, que entre convulsiones y tras grandes aspavientos generosamente aplaudidos por el personal, cayó al suelo muriendo por fulguración.
Yo exclamé solemne una frase que espero figure entre las más afamadas de las que en Hollywood se conocen. “En Arizona, su pueblo y el mío…se me ha muerto como del rayo Franco Membronorme, a quien tanto quería.
“Ella, la mujer más deseada del mundo y aún con el cadáver caliente del itálico, se volvió hacia mí bajo la capa de agua y pasando entre las filas de gentes estupefactas, mordió el lobulillo de mi oreja, mientras susurraba “torero…torero”.
LOLAILA HOWARD repasaba cada centímetro cuadrado de la piel de su cara con sus estilizados dedos. Depositaba la crema como si en cada gramo, fuese un mensaje cifrado con el código secreto de la eterna juventud. Ese día, llevaba un vestido plisado blanco que se levantaba sugerentemente cada vez que el ventilador potente que el productor había instalado en aquel camerino improvisado en la caravana en la que malvivíamos en medio del desierto, durante el rodaje.
Sentado justo detrás de ella, miraba sus bellas y torneadas piernas que con la edad habían alcanzado la categoría de obras de arte del deseo. Más arriba, una pequeña combinación no dejaba ver más que la mitad de sus apetecibles muslos, que encendían mi ya, de por sí, disparada libido. Me acerqué a ella lentamente por detrás, hasta rodear su cintura con mis manos que, inevitablemente, buscaban la cercanía de sus voluminosos pechos en gran parte mostrados por obra de un generoso escote en el cristal donde coqueta se arreglaba y que anulaba mis caballerescos principios . Mi cuerpo pegado totalmente a su espalda notaba los cambios vertiginosos que se producían en determinadas estructuras de mi anatomía y el sentir mis labios deslizarse por aquellos hombros desnudos, despertaba en Lolaila unos pequeños gemidos que aportaban más carga erótica al denso ambiente.
Ella se dio la vuelta e, instintivamente, la levanté con mis manos, sentándola en la mesita del camerino para, en un acto reflejo, rasgar su ropa interior y poseerla como un salvaje. Sus dientes se clavaron en mi hombro como una serpiente en su presa y su saliva llenaba mi dorso gota a gota, mientras las uñas me arañaban aunque menos quizás que su cara de golfa convulsa que exprimía mi cuerpo hasta dejarlo exhausto.
Después, fue todo torbellinos de sensaciones que nos envolvieron hasta perder la noción del bien y del mal, del tiempo y el espacio. La ceremonia del deseo incontrolado. Pasión y ternura, sudor y semen, risa y dolor, éxtasis, hasta caer en el clímax largamente buscado. Rodamos por el suelo y gritamos con cada orgasmo, con cada sensación, con cada momento de lujuria desenfrenada.
Su ropa destrozada generaba en mí los deseos del nunca acabar, del volver a empezar.. de agotar hasta la última micra de la testosterona acumulada durante los días de rodaje de aquel maldito Western en el que yo hacía de Sheriff y moría en la segunda escena, pero ella me mantenía allí, como si un invisible cable de acero me uniera a su vida agarrado de mi bolsa escrotal. Nada tenía importancia. El mundo era ella y su entorno. Mi alimento, su perfume. Mi motor, su sexo. Mi universo, sus caderas.
(Continuará)
– Elegante-

3 comentarios:

  1. Ufff uffff uffff y los dos rombos de este relato?? calentito ambiente......sugestivo y provocador, como el autor .
    vamos para el premio sonrisa vertical casi.

    Marttina

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  2. Que sepa usted, señor Don Ele, que mis castos oídos (ojos, en su defecto) no estás preparados para tanta sensualidad. Que una anda solita por el firmamento y ...
    Un beso muy grande.
    LunaDeAbril

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  3. ¡¡¡Guau!!! ¡Un abanico, por favor!
    Simplona

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