domingo, 30 de octubre de 2011

La Brisa

Me aburría tremendamente y tome la decisión de saludar a los vecinos, Estaba demasiado metido en mi espacio. Un espacio que empezaba a asfixiarme, tenía la sensación de estar perdiéndome demasiadas cosas.

Aquella sala podría ser tan buena o tan mala como cualquiera, así que le pinché a aquel emoticón sin demasiada esperanza por encontrar algo diferente.  Lo que oía no sabia si me gustaba o no, simplemente era diferente. ¿Y por que no? ¿Que podía perder? Como mucho el tiempo, y ese día me sobraba.  Cuando intento recordar mi primera conversación con ella una neblina lo emborrona todo. Seguramente seria una conversación tan plana y tan trivial como todas a las que estaba acostumbrado. Sin querer, sin pensar, dejándome llevar,  me di cuenta de  que aquellas letras que fluían en la pantalla empezaban a engancharme. Volví al día siguiente y al siguiente… La mente de aquella mujer me sedujo enormemente. Un día pasamos de las palabras a las imágenes; y si aquella mente me sedujo su cuerpo me atrajo. Llegaron las vacaciones y se perdió el contacto, quizá era la excusa perfecta para enfriar aquellas ganas de tenerla junto a mi.



Un “hola” se abrió en aquella ventana, aquel hola me abraso el alma, me encogió el estomago, acelero mi corazón...





Era una noche de principios de septiembre, Solo una pareja en aquel restaurante a la orilla de la playa. Nosotros.

La brisa fresca además de anunciarme el final del verano se empeñaba en darme celos. La brisa conseguía: abrazarla, acariciarle su  pelo, rozarle las mejillas, susurrar en sus oídos las palabras que a mí me faltaban.

Me levante, le ofrecí mi mano y le dije: ¡Ven! No tenia la minima prisa por seguirme, solo me miro a los ojos y se puso en pie. En aquel momento deje de tenerle celos a la brisa. Los celos se convirtieron en odio. No podía soportar que la abrazara como lo estaba haciendo, ciño su vestido a su cuerpo,  levantó su pelo burlándose de mí, Diciéndome: Ahora es mía, pero te dejare adivinar sus muslos, su cintura, sus pechos. Sufre,  por que no sabes si esos pezones que se te clavan en los ojos  son por mi culpa o por la tuya.

Caminamos descalzos sobre la arena, se apoyaba en mi brazo, con la otra mano se recogía la falda de aquel vestido. El rumor de las olas cada vez más fuerte,  empezó a ser demasiado sugerente como para poder resistirme a besarla. Estaba decidido,  la besaría cuando la mar lamiera nuestros pies. Justo en ese momento se volvió hacia mí, me abrazo por el cuello y me dijo: baila este ritmo. Mis manos tardaron en llegar a su cintura, justo en la frontera que marcaba el deseo de poseerla y el miedo al rechazo. Déjate llevar, no pienses, solo déjate llevar por las olas, se tu mismo, me susurro.  Al ritmo de las olas empezamos a fundirnos el uno con el otro. Cada vez mas cerca, a cada instante mas pegados. Mis manos empezaron a tener vida propia, recorrían su espalda, sus nalgas, su cintura; sus pechos estaban clavados en mi tórax.  Se me hacia difícil respirar con normalidad tanto por su percepción como por su turgencia. Mi boca deseaba algo  más que su cuello, necesitaba la suya. Necesitaba beber de esta mujer con la misma necesidad que un alcohólico necesita su primer trago del día. Si, estaba borracho de ella. Sin despegar mis labios de su piel buscaba la fuente de mi deseo. Y en ese preciso instante note como la brisa se convertía en mi aliada. Nos traía el regalo del sonido de un saxofón  que le hacia los coros a las olas. Aquella música acelero nuestra ansia. Nos deshicimos de lo único que nos separaba, de la ropa.   Nos buscamos igual que dos adolescentes en celo, queríamos conocer cada pliegue de nuestro cuerpo, aprendernos de memoria hasta el último resquicio de nuestro ser. Caricias, besos, susurros, suspiros…. La luna se escondía tras aquellas caderas de infinitas promesas. Probé el sabor a mistela de sus pechos y no podía resistirme al sabor a miel del sitio  más íntimo de su templo. Nuestros cuerpos se preparaban para fundirse, entre más caricias,  más besos, más susurros, más suspiros.

Me resistía a entrar en la ermita del deseo a pesar de que este ateo lo deseaba con todo su ser. Entre susurros me dijo: lleva el ritmo de las olas, bailemos juntos este son. El saxofón enmudeció y la brisa empezó a arreciar, Poco a poco se convirtió en un levante travieso que nos invitaba, nos ordenaba seguir su cadencia.

La coreografía más sugerente de mi vida. La que jamás podré olvidar, la que  jamás podré dejar de desear.

Desde ese día no conozco música más seductora que el sonido de las olas.





Quiero danzar contigo hasta que el cuerpo aguante.





Pepe Lobo


3 comentarios:

  1. Maravilloso escrito .... me ha encantado.
    Muchas gracias, mis felicitanes.
    Un besito de Isis.

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  2. Muy plástico,Pepe. Qué gozada para los sentidos.
    Un beso.
    LunaDeAbril

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